Qué raro ver mis pies sobre el mismo suelo y sentir que cambiaron hasta
los cimientos. A veces dudo cuánto de mí sobrevivió a aquello y cuánto
se decidió a nacer de nuevo. Puede que nunca lo sepa.
El reflejo que me
devuelve el espejo sigue siendo el mismo. Delatan los pequeños gestos, a
veces, a la superviviente. No sé cuánto hubo de suerte, cuánto de
esfuerzo, cuánto de valentía. No quiero saberlo. Qué importa ya qué
corriente empujó a esta orilla mi barca. Llegué, como un náufrago,
resistí y de lo inesperado hice un hogar, de la incertidumbre un presente.
De dónde vine ya apenas
recuerdo. Qué lejos quedaron aquellos días, qué ajenos. Como historias
contadas a la luz de la hoguera, que se apagan con las primeras luces
del alba. Pienso en ella, no en mí. No me reconozco en esa tercera
persona que me es ya extraña. Me pregunto si me recordará de la misma
manera. Como un personaje ficticio de una historia contada por un
narrador anónimo. Qué sé yo ya de entonces, salvo lugares y nombres.
Quizás algún detalle, y cada vez menos, cada vez más confusos. No sé si
considerarlo una pérdida o una ganancia, ya ves, cómo si eso importara
ahora. Ya no, ya qué más da.
Mira mis pies sobre este suelo, que es el
mismo, que es completamente diferente y dime, qué importa. Nada.
Importa, eso sí, el siguiente paso. De cómo llegué hasta aquí tan sólo
la inercia que me llevó a levantarme tras cada caída. Todo lo demás está
bien ahí, donde lo fue dejando el tiempo. Cada vez más pequeño, cada
vez más ligero. Hasta que al final, quién sabe, quizás se lo termine por
llevar un golpe de viento. De un nuevo huracán, de otro naufragio...o
de un suspiro, de una carcajada, de un salto. Quién puede saberlo. Quién quiere.