Heri ya mwaka mpya


Parece mentira que hayan pasado ya dos meses desde que regresé de Tanzania. Cuatro veces el tiempo que pasé allí y, sin embargo, que poco necesitan algunos lugares para quedarse grabados para siempre en nuestra memoria.

Antes recibí un mensaje de Juma, Marbella para los amigos, contándome cómo van las cosas por Zanzíbar. Me decía que seguían con problemas, el gobierno se niega a aceptar el resultado de las elecciones que tuvieron lugar hace dos meses, justo cuando estuvimos allí, y la gente está enfadada. Nos escribimos de vez en cuando. Me cuenta cosas de su familia y de su trabajo como guía turístico, me da recuerdos, se interesa sobre la vida en España. Me gustan estos pequeños goteos de información. Me gusta no irme del todo de los lugares que me gustan, no perder el contacto. Siempre fui muy dada a enviar postales, desde pequeña. Supongo que es una forma como otra cualquiera de llevarte un pedacito de los sitios que visitas. Al final los lugares no son más que escenarios, lo de verdad, lo que los hace ser son las personas. Por eso tengo direcciones postales, o números de teléfono en estos tiempos modernos, repartidos a lo largo y ancho de este planeta nuestro. Son mis mejores recuerdos.

Sin embargo, tiene algo especial África. El miércoles recibía un correo de Francisco, la pequeña locura que le llevó a sortear un viaje a Tanzania para recaudar fondos para nuestros queridos niños de Amani llegaba a su fin. Creo que se puede decir que ha sido un éxito rotundo aunque, como él mismo decía en su email, es sorprendente la cantidad de gente que no llega a inmutarse si quiera ante estas cosas. Cierto es que, cuando recibí el correo de Catina, no dudé ni un sólo instante en apuntarme a su proyecto en Teaming. No tardé mucho más en avisar a todos mis familiares y amigos de la iniciativa. Los resultados fueron fatídicos. Apenas logré que tres personas se sumasen, lo cual me parece trágico en tiempos en los que un euro al mes representa poco más que un café. Supongo que es lo que tiene nuestra sociedad: estamos sobreinformados. Ahora conocemos de primera mano demasiadas historias que nos conmueven, tantas que al final no lo hace ninguna. La pena nos dura el mismo tiempo que tardan los informativos en cambiar de titular.

Siento que escribo este post desde la nostalgia, pero también desde la impotencia. Vivimos anestesiados. Es la nuestra una sociedad con prisas, en las que nada parece tener valor una vez que ha perdido la etiqueta con el precio. Estas navidades he visto a niños recibir más regalos de los que podían abrir, por parte de personas que pensaron que donar un euro al mes a cuarenta huérfanos tanzanos era innecesario porque "si tuviera que dar un euro a cada persona que lo pasa mal...". Sé que es cierto, pero se basa en un planteamiento erróneo. No se trata de que uno ayude a todos, se trata de que entre todos hagamos de este mundo un lugar más justo.

Mientras tanto, sigo dándole vueltas a la cabeza, buscando la manera de hacer más por quienes tienen menos. A ratos me siento terriblemente egoísta por no dejar todo lo que tengo para irme a esa pequeña aldea de Arusha a ayudar. Quizás sólo sea una cobarde. O puede que sean los efectos de la anestesia.