Relojes



Hace mucho que la medida de mi tiempo dejaron de ser los segundos, los minutos, las horas... Me paraste los relojes. Arrancaste el minutero para erizar con él mi piel. Los días dejaron entonces de ser días para convertirse en instantes. En conversaciones. En momentos. Y se me fue olvidando el sonido del tictac, se me fue acostumbrando el oído a ese ruidoso silencio que hacían las horas al convertirse en suspiros.

Será que al quedarnos sin tiempo se deshizo el huso horario por lo que perdimos la distancia. Los kilómetros se convirtieron en imaginación y los milímetros en ganas. Nos quedamos sin unidades de medida que supieran contenernos y tuvimos que inventarnos otras nuevas. Y empezamos a medirlo todo en nosotros. Las sonrisas, los besos, las caricias, los recuerdos... que ninguno de los dos quería contar ya entonces nada que no nos contuviera.

Y me gusta cuando acaricias mi muñeca como recalcando esa ausencia. La que dejaron los relojes que detuvo tu llegada. Cuando me quedé sin horas, contigo.

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