Relojes



Hace mucho que la medida de mi tiempo dejaron de ser los segundos, los minutos, las horas... Me paraste los relojes. Arrancaste el minutero para erizar con él mi piel. Los días dejaron entonces de ser días para convertirse en instantes. En conversaciones. En momentos. Y se me fue olvidando el sonido del tictac, se me fue acostumbrando el oído a ese ruidoso silencio que hacían las horas al convertirse en suspiros.

Será que al quedarnos sin tiempo se deshizo el huso horario por lo que perdimos la distancia. Los kilómetros se convirtieron en imaginación y los milímetros en ganas. Nos quedamos sin unidades de medida que supieran contenernos y tuvimos que inventarnos otras nuevas. Y empezamos a medirlo todo en nosotros. Las sonrisas, los besos, las caricias, los recuerdos... que ninguno de los dos quería contar ya entonces nada que no nos contuviera.

Y me gusta cuando acaricias mi muñeca como recalcando esa ausencia. La que dejaron los relojes que detuvo tu llegada. Cuando me quedé sin horas, contigo.

Juntos



Como mujer que soy, sé perfectamente lo que es vivir con miedo. Sé lo que se siente al leer una noticia sobre violencia de genéro y pensar que podría haber sido cualquiera de mis amigas o conocidas, quizás yo misma. Sé lo que es ser educada en una sociedad que enseña a la mujer a defenderse, a ser precavida, a ser cauta. Sé lo que es disculpar conductas claramente reprobables por miedo a parecer una histérica o una exagerada. Sé perfectamente lo que significa ser mujer, llevo treinta años aprendiéndolo.

Y me duele cada muerte de una mujer a manos de un hombre. Me duele porque me siento víctima yo también, víctima de una sociedad que dejó a las mujeres maltratadas a su suerte durante décadas, que las estigmatizó, que las hizo avergonzarse de su condición. Una sociedad de la que se empiezan a arrancar las malas hierbas, pero de la que aún quedan las raíces.

Me duele oír comentarios machistas, leer noticias que prueban la desigualdad existente y, sobre todo, me duele escuchar a mujeres como yo defender ese machismo, conservarlo.

Con todo, no creo en el odio. No creo que esto sea una lucha de sexos. Creo que es un problema real, trágicamente real, un problema de todos. Es un problema de las mujeres, sí, pero también de los hombres. De los hombres, los hay, que no quieren que una mujer sienta miedo a cruzarse con ellos de noche. De los hombres que no quieren sentirse parte del problema porque desean ser parte de la solución.Que no quieren que sus hijos sean educados como agresores, que no quieren que sus hijas sean educadas como víctimas. Esto nos incumbe a todos y sólo entre todos lograremos erradicar este mal.

Sé que es difícil razonar después de tanto dolor, de tanto miedo, pero esta no es una batalla que podamos emprender solas. Necesitamos que los hombres también se impliquen, necesitamos que ellos formen parte de este cambio y, sobre todo, que comprendan que a ellos también les afecta.Y, como sociedad, necesitamos analizar nuestras conductas. Necesitamos ser conscientes de que existe un problema para poder empezar a buscar entre todos la solución. Todos hemos presenciado alguna conducta machista que hemos pasado por alto. Tenemos que dejar de tolerarlo. No condenemos a las personas por pertenecer a un sexo u otro, condenemos los hechos, las actitudes machistas. Seamos parte de la solución, juntos.