Diario de Nueva York


Me voy. No sé aún si a encontrarme o a perderme. Me voy a saltar charcos en Central Park, a ver a la Gran Manzana convertirse en calabaza, a romper los candados que me dejé en el puente de Brooklyn, a tratar de encontrar la mejor New York cheesecake, a subir por la Quinta Avenida en taxi, a ver mi reflejo en el escaparate de Tiffanys, a atreverme con Harlem, a recorrer Brooklyn en bicicleta, a regatear en Chinatown, a sentarme en las escaleras del Met, a comerme un bagel a los pies del Empire State, a tomar fotos desde el Top of the Rock, a coger un ferry rumbo a Staten Island, a tocar el piano gigante de FAO, a pasear sin prisas por el East Village, a comerme un cupcake en Magnolia Bakery... Voy a repetir las cosas que ya he hecho, a hacer las que nunca pude hacer, a descubrir las que ni siquiera sabía que existieran. 

Y, si queréis acompañarme, estaré por aquí... 

ny.greenpeeptoes.es

;)

Movimiento


Si fuésemos, no sé, un movimiento rectilíneo uniforme yo podría suponer que avanzamos a velocidad constante. Siendo nuestra aceleración nula, sabiendo que x=v.t y teniendo por seguras dos de tres variables, yo podría calcular con precisión la velocidad y el sentido de nuestra trayectoria. Tendría una magnitud vectorial que determinaría hacia dónde vamos. Sabría con exactitud dónde y cómo localizarnos en cada punto del trayecto. Seríamos predecibles, pero constantes.

Podríamos ser también un movimiento circular uniforme. Entonces nuestra velocidad sería tangente a nuestra trayectoria y, aunque siempre giraríamos en torno a un eje, estaríamos dando vueltas en círculos. Nuestra velocidad sería constante en magnitud pero no en dirección. Sin altibajos, pero sin avances. Seguro, pero aburrido.

Aunque si fuésemos un movimiento rectilíneo uniformemente acelerado nos moveríamos en línea recta con aceleración constante. Esto implicaría que cada día sería más que el anterior pero mucho menos que el previo. La fórmula que nos definiría ( x(t) = \frac {1}{2} a t^2  + v_0t + x_0 ) tendría en cuenta nuestra velocidad inicial pero también nuestro punto de partida. Seríamos lo que somos más el lugar del que venimos y lo que hemos recorrido hasta llegar aquí. Tendríamos, eso sí, que cuidarnos de que la aceleración se mantuviera constante. De que no intervinieran fuerzas de rozamiento que pudieran frenar nuestro avance. Difícil, inconstante, impredecible, con altibajos, inseguro, divertido... real.

Inevitable

Hagamos de los metros milímetros.
De los silencios, ruido.
De los suspiros, besos.
De los teoremas, sueños.

Hagamos con las palabras
el mapa de nuestros cuerpos.
De las veces que me ganas.
De las veces que te pierdo.
De la derrota pactada
entre deseo y anhelo.

Hagamos de cada adiós
un hasta luego.
De mordernos en los labios
cada te echo de menos.
De saber inevitable
lo que ninguno entendemos.



Pretérito imperfecto

Tiene el pretérito imperfecto una forma incierta de dar miedo. Habla de todo lo que queremos y no podemos tener. De todo lo que pudo ser y no fue. Habla de todas esas cosas que terminan aún antes de empezar. De lo que nos asusta intentar. De lo que desearíamos haber hecho. Los pretéritos imperfectos son posibilidades que acabaron siendo imposibles. Son anhelos, pero también son miedos. Son esa forma del lenguaje que nos permite soñar de manera inocente con lo que nuestra realidad nos impide. Que nos encubre al decir lo que no nos atreveríamos a pronunciar sin coartada. Son disimulo. Discrección. Eufemismos. Son también todos los "y si..." que hemos ido acumulando en los bolsillos a lo largo de los años. Los que empiezan a pesar y a ralentizar nuestros pasos. Son esa otra persona que podríamos ser ahora si las cosas hubieran sido distintas. Son el futuro que perdimos en el pasado que no supimos defender. En el pasado en el que nos rendimos. Son arrepentimiento. Nostalgia. Incertidumbre. Los pretéritos imperfectos son como las promesas que no se cumplen, los trenes que no se toman, las palabras que no se dicen. Los pretéritos imperfectos mueren, de algún modo, mucho antes de haber nacido. Y se quedan temblando en los labios de uno, como si tuvieran miedo. Como si todo el miedo que tuvimos entonces fuera el que les ha dado forma.

Aquí, ahora, conmigo.



Me gusta quedarme toda la noche en vela leyendo porque una historia me ha atrapado de tal manera que no puedo dejarla a medias. Dejarme llevar por la cámara y encontrarme con momentos que no hubieran existido si yo no hubiera estado allí para atraparlos. Que me cuenten que sonrieron con algo que yo escribí. O que lloraron. Que confíen en mí. Que me deseen buenas noches. Contar una de mis muchas teorías y que la persona a la que se la estoy contando abra mucho los ojos, como si yo acabara de poner palabras a un pensamiento que ya tenía. Apasionarme por las cosas que me gustan de verdad. Contagiar esa pasión a otra persona. La sincronicidad. Las conversaciones sin relojes ni smartphones involucrados. Bailar. Descubrir que puedo hacer algo que creía que no podía hacer. Dormir (principalmente la siesta).e creque transcurrenra mucho los ojos, como si yo acabara de poner palabras a un pensamiento qu Indentar. Inventarme diccionarios enteros. El chocolate. Los regalices de cereza. Que me descubran una película, un libro o una serie absolutamente perfecta que yo desconocía. Quedarme en el coche aunque llegue tarde porque en la radio están poniendo esa canción que me gusta tanto. Las discusiones que me obligan a pensar. La impuntualidad cuando estoy esperando con un buen libro o una lista de música que alguien ha grabado para mí y aún no he escuchado por completo. La sonrisa de mis sobrinas. Aprender cosas nuevas. Cocinar. Sobre todo la repostería. Que me digan la verdad, aunque a veces duela. Ese grado de amistad en el que puedes decir lo que piensas sin pararte a pensar lo que vas a decir antes. Las zonas libres de credulidad. Sonreír. Las listas. Volar. La comida de los aviones (por forma, no por sabor). Los pequeños detalles. Encontrar algo que creía perdido. El orden. Sorprender. Las croquetas. Despertarme antes de que suene la alarma porque ya no tengo sueño. Reírme a carcajadas. Volver a ver a alguien después de mucho tiempo y sentir que todo sigue igual. Saber que puedo confiar en alguien. Escuchar. Despertarme con el mismo pensamiento que tenía en la cabeza cuando me dormí. Las matemáticas. Más aún, las matemáticas cuando se mezclan con la literatura. Sumar. Sentir que estoy haciendo bien las cosas. Y, sobre todo, me gusta la sensación de no querer estar en ningún otro lugar, en ninguna otra vida, en ningún otro momento… la sensación de que todo es perfecto aquí, ahora, conmigo.

Detalles


Me obsesionan los pequeños detalles. Los voy rescatando casi sin querer y los acumulo en cada rincón de mi cuerpo. Esos pedazos minúsculos que araño de cada persona con la que intercambio un instante se van adheriendo a mi piel y con el tiempo pasan a formar parte de mi existencia. Me quedo con algo de ellos hasta después de que se hayan marchado. Me quedo con su manera de estornudar o con la forma en que se recogía el pelo sin utilizar gomas. Con la letra de la canción que sonaba aquella tarde de verano o con el color azul de la sombra de ojos que utilizamos. Con su caligrafía imperfecta en las pegatinas que hicimos para aquel disfraz improvisado. Su sonrisa desdentada cuando olvidaba mi nombre. Con los zapatos que se acumulaban por todos los rincones del salón, el tintineo de sus llaves cuando llegaba a casa, el calor de sus abrazos. Sus comas suspensivas, los paréntesis que subrayaban sus sonrisas, el bolígrafo que guardaba siempre tras su oreja. Las estrellas de plástico que pegó en mi techo. El peso de su cabeza sobre mis rodillas. Todo se va enraizando en mí. Y yo empiezo a estar formada de todos esos pequeños detalles, cada uno de ellos se convierte en una parte imprescindible de mí, inolvidable. Me van decostruyendo para volver a construirme con ellos.

Me quedo atrapada en los pequeños detalles. Me pesan tras cada pérdida, tras cada derrota. Es como si el cuerpo que los soportaba conmigo se marchara y dejara toda la carga únicamente sobre mis hombros. Me quedo sola, enterrada en detalles ajenos. Y la nostalgia me va hundiendo a poquitos. Me anclan a lo que fue y me hacen temer lo que será. No puedo lijar mi piel y eliminar todos esos detalles que se han tatuado sobre ella. Están mucho más adentro. Son parte de mí. O yo de ellos. No puedo simplemente avanzar y pretender que los sonidos, los olores, los instantes pierdan de golpe todo el significado adquirido. Como si borrar todos esos pequeños detalles de mi memoria y empezara de cero. No soy capaz. Me quedo atascada, en cambio. Atrapada. Atada de pies y manos. Prisionera de todos esos detalles. De todas esas pequeñas cosas que una vez importaron.