Cáscaras


Verte y no encontrarte. No estás ya ahí donde estabas. No estoy yo tampoco. Ya no te reflejo. Nos atravesamos. Las miradas. Los gestos. Se me caen las ganas al suelo de este paso de peatones que trazamos en la frontera. Aunque ya no haya países, ni tratados internacionales. Aunque desde hace demasiado seamos tan sólo dos extranjeros en tierra extraña. Que perdí mi pasaporte y aún sigo buscando la forma de volver a casa. De querer volver a casa. Porque a veces me siento más a salvo hablando en otro idoma que en el mío. Supongo que perdí eso, las raíces. La necesidad de pertenecer. Y, aunque al principio aún recordaba cómo se sentía mi tierra natal bajo mis pies descalzos, terminé por olvidarlo. Calculo que en estos cuarenta centímetros hay dos hemisferios de distancia. Tan lejos como estabas cuando estabas tan cerca. Qué frío pasé en esa latitud ajena. Casi tanto como hace un rato. Pero yo ya he aprendido a descongelarme. A evaporarme incluso. Y es raro encontrarte con nada donde solías tener todo. Hueco, como una cáscara de nuez. Como si nunca hubiera contenido nada. Tal vez fue así. Se congela este segundo con este frío nuestro. Si golpeara este preciso instante estallaríamos en mil pedazos. Más pedazos de mis pedazos. Pero paso de largo. Nada, no hay nada. Cáscaras vacías bajo un banco. Los que estuvieron allí sentados, riendo, hace tiempo que se fueron. No queda nada tras las risas. Desconocernos, quizás, si tan sólo nos conociéramos... pero no a ti, no a mi, ya no. Quizás en otro tiempo hubo otros que sí lo hicieron. De ellos, cáscaras. Y una frontera de cebra en la que a veces me detengo un segundo para decir adiós con un gesto desganado.

No hay comentarios: