Curvas


De todas las curvas que hubo en mi vida, sin duda la peor fue aquella  lemniscata de dos focos que hace un año se me partió en dos elipses. Lo malo de las curvas es que cuando uno de los miembros de la ecuación que la conforma desaparece, se convierten en otra cosa. O, simplemente, en nada.

Después de aquello, me dediqué a perseguir hipérbolas. Pero olvidé que a mí jamás se me dieron bien las coordenadas polares. Y entre secantes y cosecantes acababa por desorientarme y terminaba perdida en una mala circunferencia de la que escapaba, como podía, por la tangente.

Comprendí por aquel entonces que toda yo era una suma de curvas que quise de inmediato convertir en rectas. No en vano la ecuación que las construía era mucho más sencilla. Y yo creía de verdad que la respuesta estaba en lo simple.  Pero luego entendí que una recta no es más que una curva de radio infinito y que yo estaba contenida aún sin quererlo entre la parábola que dibujaba mi cadera y los cicloides que se formaban sobre mis costillas. Que al final todo era cuestión de geometría. Y que de todas aquellas curvas que me acomplejaban, me entristecían, me enojaban o me despreciaban no eran más que eso, líneas contínuas de una dimensión que variaban de dirección paulatinamente. Funciones, las curvas no eran más que funciones. Y, como tales, yo podía formularlas o despejarlas o transformarlas en cualquier otra cosa. No eran más que matemáticas y las matemáticas eran lógicas.

Así que decidí que le daría la vuelta a aquella catenaria invertida que se había instalado en mi boca. Y aquello era fácil, a fin de cuentas una función inversa f a otra función f−1 cumple que: si f(a) = b, entonces f−1(b) = a. Un mero cambio de signo. Y yo sabía perfectamente cómo hacer aquello. 

Recorrí toda una elipse hasta entender que mi catenaria había dejado de necesitar de las matemáticas para enderezarse. Me había convertido en una espiral que se iba atreviendo a alejarse cada vez más de ese centro que la generaba. Pronto me transformaría en una hélice. Con la libertad que otorga no hallarse contenida en un único plano. Y toda la belleza de saberme proyectada en una curva sinusoidal.


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