Raro

Recuerdo la última vez que me dijiste que me querías. De tantos, de tan pocos, recuerdo únicamente ese con nitidez. Tú y yo en uno de esos lugares neutrales que nos contuvieron cuando los comunes se quedaron fríos. Cuando el invierno se hizo fuerte en el salón y a mí no me quedó más remedio que huir en busca de una hoguera en la que calentarme. Tú y yo, a esa distancia prudencial que tu marcabas y yo aceptaba resignada. Que fingía comprender por miedo a, no sé, a todo lo que sucedió después, supongo. Tú y yo haciendo promesas en las que habíamos dejado de creer hacía tiempo y tratando de salvar algo que hacía demasiado ya  que no existía. Tú y yo, sí, porque en aquel momento ya no éramos nosotros. Y qué raro era saberlo y morderme los labios para no decirlo en voz alta. Para no comentar que yo sabía que tú apretabas las mandíbulas por lo mismo.

Rescato esto ahora y no sé bien por qué. Quizás porque es uno de los pocos recuerdos que conservo tal como fue. Porque de aquel huracán que se llevó todo apenas me quedó el cabello despeinado. Y, tal vez, por eso las tijeras. Por quedarme sin nada. Porque me sobraba todo cuando entendí, después de tanto, que nunca se trató de lo que perdí sino de lo que nunca tuve. Puede que sólo trate de entender por qué aquel final fue más cierto que ese otro principio. Lo he pensado a veces, demasiadas, y me sigue pareciendo la historia de otros. De otros que sí utilizarían un pronombre único para resumirse. Pero tú y yo nunca fuímos así, no entiendo entonces por qué todo aquello. No sé, ya poco importa.

Dijiste, recuerdo, que aunque no acabara bien me querrías toda la vida. Y yo asentí. Y te dije que también. Y mentí. Pero entonces no lo sabía. Entonces no sabía que aquel con el que hablaba no era el mismo al que yo sí había querido. Si es que le quise alguna vez. Ya no lo tengo tan claro. Todo ha cambiado demasiado rápido y he perdido demasiados sentimientos en el camino. Puede que dejar el corazón bajo el colchón nunca fuera la mejor opción, pero funciona a ratos y me resulta útil. Fácil. Esa es, quizás, la palabra que mejor lo explica todo.

Me sigue pareciendo raro. El tiempo entre el tú y yo, el tiempo del nosotros. Como si acabara de descubrir el error de la imagen y ya no pudiera dejar de verlo. Y revisiono todo en mi cabeza aunque sé que ya no es lo mismo, que el tiempo ha puesto filtros que ni yo comprendo. Que no hay una verdad que no sea mía, ni tampoco una mentira. Raro, no sé, posiblemente no sea más que eso. Y ni siquiera tenga tanta importancia. A fin de cuentas, eso fue otra vida. Otro espacio. Otro tiempo. Otra yo, de huellas desdibujadas, pies anclados, silencios constantes... Tal vez sólo sea que, aunque alguna vez lo creí, no fuimos sempiternos. Pero ya da igual, ¿verdad? Ni siquiera merece la pena gastar otra línea en esto.




No hay comentarios: