¿Un mundo feliz?


El otro día tuve una interesante conversación en Twitter con @radurdin y @m4ugan. A raíz de nuestro podcast sobre 1984, en el que habíamos declarado como distopía la obra de Aldous Huxley "Un mundo feliz", se iniciaba un debate sobre si realmente la sociedad fordiana era distópica o si, por el contrario, pudiera ser considerada como utópica. La falta de caracteres hizo que la discusión derivara a este artículo de @radurdin que hoy me dispongo a rebatir en el blog.

Lo primero de todo, obviamente, es dejar claro de qué estamos hablando. Para ello, lo mejor será empezar definiendo conceptos.

¿Qué es una utopía?

Dado que el término aparece por primera vez en la obra homónima de Tomás Moro, parece justo comentarla brevemente.

Utopía es una comunidad pacífica, que establece la propiedad común de los bienes, en contraste con el sistema de propiedad privada y la relación conflictiva entre las sociedades europeas contemporáneas a Tomás Moro. A diferencia de las sociedades medievales en Europa, las autoridades son determinadas en Utopía mediante el voto popular, aunque con importantes diferencias con respecto a las democracias del siglo XX. 

La Utopía de Moro es la oposición a la realidad que él ha conocido. El escritor utilizó su novela para realizar una crítica por comparación: mostrando una posible sociedad corregida, resalta los defectos de la sociedad real.

¿Qué es una distopía?

El término distopía fue acuñado por John Stuart Mill, aunque hay que señalar que este filósofo y político inglés también incluía en su vocabulario como sinónimo de distopía el neologismo cacotopía, creado por el pensador  Jeremy Bentham (curiosamente, el inventor del panóptico).

Según Mill: "Tal vez sea demasiado gratuito llamarlas utopías, deberían preferiblemente ser llamadas distopías o cacotopías. Lo que comunmente se llama utopía es algo demasiado bueno para ponerse en práctica, pero lo que estas obras presentan es demasiado malo para ser factible".

La distopía es una advertencia. Una crítica por exageración, esta vez. Se presenta una sociedad imposible, extrema que advierte sobre los peligros de las tendencias actuales. Se utiliza el futuro para alertar sobre el presente.


¿Cuál es, por tanto, la diferencia entre ambas?

Siendo ambas críticas feroces a una realidad presente, su principal diferencia radica en la imposibilidad de la primera frente a la viabilidad de la segunda. La utopía se entiende como inalcanzable, la distopía se interpreta como la posible culminación de una tendencia real. La sociedad distópica guarda inquietantes similitudes con la sociedad sobre la que pretende advertir. La sociedad utópica resulta ser todo lo contrario.

¿Por qué es la utopía inalcanzable? La sociedad utópica no tiene fisuras, ahí radica su imposibilidad. La utopía no admite errores. Es perfecta, idílica. Un solo ciudadano descontento termina con la utopía. La sociedad distópica, sin embargo, provoca esa infelicidad. No en vano, cualquier sociedad distópica se basa en el control de los individuos. En la distopía se ha de impedir que el ciudadano se rebele, en la utopía el ciudadano no desea rebelarse en ningún caso. Sin excepciones.


¿Por qué considero que "Un mundo feliz" es una distopía?

A priori, podriámos encontrar ciertas similitudes entre la sociedad fordiana de Huxley y la isla de Utopía de Moro. En ambos casos, se nos describen sociedades que velan por el bienestar de sus habitantes, en los que la convivencia resulta pacífica. Los utopianos tienen, al igual que los fordianos, trabajos asignados y dedican su tiempo libre a realizar actividades de ocio. Y, la que seguramente sea su mayor similitud: en ambos casos se persigue la felicidad de los ciudadanos.

<< En Utopía, como todo es de todos, nunca faltará a nadie mientras todos estén preocupados de que los graneros del Estado estén llenos. Todo se distribuye con equidad, no hay pobres ni mendigos y aunque nadie posee nada todos sin embargo son ricos. ¿Puede haber alegría mayor ni mayor riqueza que vivir felices sin preocupaciones ni cuidados? >> [Utopía]

Pero su mayor similitud es también su mayor diferencia. Moro nos propone un sistema igualitario, de libre albedrío y equitativo. Huxley, por el contrario, nos habla de un sistema de castas en el que el comportamiento humano ha sido condicionado desde la concepción. La felicidad de los utopianos es innata, la de los fordianos prefabricada.

<<  -Y este -intervino el director sentenciosamente-, éste es el secreto de la felicidad y la virtud: amar lo que uno tiene que hacer. Todo condicionamiento tiende a esto: a lograr que la gente ame su inevitable destino social. >> [Un mundo feliz]

Los ciudadanos de Utopía son genuinamente libres, sin embargo, en Un mundo feliz dicha libertad no existe. Toda respuesta a cualquier estímulo ha sido creada artificialmente en una sala de condicionamiento pavloliano. 

<< Todos en Utopía trabajan en actividades útiles, que requieren poco trabajo. No debe extrañar, pues, que ante la abundancia de todas las cosas necesarias, se envía de tiempo en tiempo a gran número de trabajadores a reparar las vías públicas que pudieran estar deterioradas. Con frecuencia, incluso, si la necesidad de estos trabajos de reparación no se hace sentir, se anuncia oficialmente la disminución de las horas de trabajo. No se debe pensar que los magistrados impongan a los ciudadanos contra su voluntad horas extras de trabajo. >> [Utopía]

<< -¿Cómo puedo decirlo? -repitió Bernard en otro tono, meditabundo-. No, el verdadero problema es: ¿Por qué no puedo decirlo? O, mejor aún, puesto que, en realidad, sé perfectamente por qué, ¿qué sensación experimentaría si pudiera, si fuese libre, si no me hallara esclavizado por mi condicionamiento?

-Pero, Bernard, dices unas cosas horribles.

-¿Es que tú no deseas ser libre, Lenina?

-No sé qué quieres decir. Yo soy libre. Libre de divertirme cuanto quiera. Hoy día todo el mundo es feliz.

Bernard rió.

-Sí, hoy día todo el mundo el feliz. Eso es lo que ya les decimos a los niños a los cinco años. Pero ¿no te gustaría tener la libertad de ser feliz... de otra manera? A tu modo, por ejemplo; no a la manera de todos. >>
[Un mundo feliz]

Señala Radurdin la posibilidad del exilio que nos proporciona Huxley en Un mundo feliz. Aunque a priori pueda parecer una salida para aquellos que no comulgan con las estrictas normas de la sociedad fordiana, lo cierto es que más que una alternativa, las islas son un castigo. Extraigo dicha conclusión de la conversación que, en el capítulo XVI, sostienen Bernard y el Interventor:

<< El Interventor suspiró.


-Casi me ocurrió lo que va a ocurrirles a ustedes, jovencitos. Poco faltó para que me enviaran a una isla.


Estas palabras galvanizaron a Bernard, quien entró súbitamente en violenta actividad.

-¿Que van a enviarme a mí a una isla?

Saltó de su asiento, cruzó el despacho a toda prisa y se detuvo, gesticulando, ante el Interventor.

-Usted no puede desterrarme a mí. Yo no he hecho nada. Fueron los otros. Juro que fueron los otros.

-Y señaló acusadoramente a Helmholtz y al Salvaje-. ¡Por favor, no me envíe a Islandia! Prometo que haré todo lo que quieran. Déme otra oportunidad. -Empezó a llorar-. Le digo que la culpa es de ellos -sollozó-. ¡A Islandia, no! Por favor, Su Fordería, por favor... >>

Las islas no son mucho mejores que la habitación 101 de Orwell. Una amenaza más con la que mantener controlada a la población, con la que calmar las ansías de rebeldía de los disidentes. Y Bernard Marx, con sus inconformismo y sus inquietudes, lo es. Al contrario de la neumática Lenina, Bernard no comparte la felicidad enlatada de la sociedad fordiana. Pero la alternativa es el destierro, por lo que opta por la adaptación. Bernard lucha por permanecer dentro de una sociedad que detesta porque no existe nada mejor.

La lectura de "Un mundo feliz" enfrenta al lector con su realidad. Huxley pretendía alertarnos sobre los peligros de la industralización (seres humanos siendo producidos en cadena, Ford convertido en una deidad) mediante la exageración de una realidad ya existente. La sociedad fordiana es una posible consecuencia de lo que sucedía entonces (y hemos podido comprobar que Huxley no iba tan desencaminado. No es, por tanto, una utopía ya que, bajo mi punto de vista, dista mucho de ser idílica o, incluso, imposible.






Una chica neumática

La vida es más sencilla siendo Lenina Crowne que Bernard Marx, aunque me pese. Lenina es la ciudadana ejemplar, una chica neumática, el paradigma de la sociedad Fordiana. Bernard es el diferente, el inadaptado, el infeliz.

La vida es mucho más sencilla siendo Lenina. Aceptando que un solo centímetro cúbico de soma cura diez sentimientos melancólicos. Consumiendo felicidad enlatada. Porque todo es fácil en la sociedad fordiana. Porque lo que imaginó Huxley para su mundo feliz no dista mucho de lo que construyeron para nosotros. 

La felicidad es una lata de conservas sin fecha de caducidad. Se adquiere en las principales cadenas de televisión, en los periódicos, en las revistas del corazón. Ideología lista para consumo. Fe en cápsulas. Odio en vena. El usuario sólo necesita asimilar toda la información que recibe. No cuestionarla. Tragar sin masticar.

Y la vida deja de ser complicada. Los problemas propios siguen ahí, por supuesto, pero parecen menos importantes cuando te llega flamante, por correo postal, un nuevo maniquí al que culpar de todo y un discurso que soltar en el bar de regalo. Se diluyen los problemas con dos pastillas de conformismo y se beben de un trago. "No hay nada que usted pueda hacer" dicen las instrucciones. Y todo parece perfectamente lógico.
 
Pero siendo Bernard... siendo Bernard cambia mucho la historia. El ciudadano Bernard se cuestiona todo. Contrasta la información que recibe, pregunta, es curioso, se informa. El ciudadano Bernard quiere saber. Prefiere no medicarse si puede aguantar la fiebre. Busca soluciones antes que culpables. Y cree que siempre se puede hacer algo, aunque las instrucciones le digan lo contrario. El ciudadano Bernard es infeliz por naturaleza porque no ha aprendido a conformarse. Y prefiere diez sentimientos melancólicos a un centímetro cúbico de soma.

Las chicas neumáticas no suelen salir con tipos como Bernard Marx porque hablan de cosas que no comprenden pero que parecen tristes. Ellas sólo quieren divertirse. Jugar a tenis superficial o golf electromagnético. Ver una película en el sensorama. Cómo Ford manda.

El ciudadano Bernard no sabe de qué hablar en los bares porque nunca recibió aquel discurso. De vez en cuando lo intenta pero siempre hay alguien que le discute. Y él sabe que no se puede discutir con quien no argumenta. Y acaba por callarse, dar media vuelta, terminar su trago a solas.

Porque su isla no es otra que él mismo. Su incapacidad de adaptarse al medio. A la masa. Su reticencia a consumir en el mismo supermercado de la información en el que consumen todos. Ese movimiento involuntario que regurgita toda ideología precocinada, placebo o anestesia cerebral.










Apaches




Dice Miguel Sáez Carral que “Apaches” es una historia de amor y yo coincido. Que de lo que nos habla en su novela es del amor en sus más diversas formas: familia, amigos, vecinos, pareja… pero, sobre todo, de lo que habla esta novela es del amor de un hijo por su padre. Y de cómo es capaz de sacrificarlo todo por él.

El padre de Miguel solía decir que los malos de las películas de vaqueros no eran los apaches. Los malos eran los intrusos que querían robarles sus tierras, ellos sólo defendían lo que era suyo. Y esto es un poco lo que él hizo: defenderse. Defender a su familia y a los suyos de lo que él creía una injusticia. “Apaches” es la historia de esa lucha.

Que Miguel Sáez Carral viene del mundo del guión televisivo se percibe en cada página. “Apaches” es una novela muy visual, muy cinematográfica. Desde luego, no cuesta imaginársela en pantalla. La lectura fluye de manera natural, casi hipnótica. Casi sin que te des cuenta, te va convirtiendo en apache. Los personajes, pese a lo reprochable de sus acciones, terminan por conquistarte y arrastrarte irreversiblemente hacia su lado. Un lugar en el que la justicia es más visceral que la que conocemos y la única ley que se cumple es la ley del barrio.

Tetuán es el gran protagonista de la novela. No como lo conocemos ahora, obviamente. Miguel rescata el Tetuán de principios de los noventa. Un barrio obrero en el que todos los vecinos se conocen y ayudan. Un barrio omnipresente en toda la narración al que resulta difícil no engancharse. 

“Apaches” es una novela en parte autobiográfica. Su autor nos confiesa que son ciertas muchas más cosas de las que resultan verosímiles a primera vista. De hecho, se vio obligado a rebajar algunos datos para lograr una veracidad que la historia original no tenía.  Creo que es precisamente esto lo que hace que sea una novela tan intensa: se intuye la realidad que hay bajo la ficción. Es algo que está muy presente a lo largo de toda la narración y que se manifiesta especialmente en todo lo relativo a las relaciones humanas.

Un buen libro y un autor que ya nos ha asegurado que guarda alguna que otra gran historia por contar, también inspirada en hechos reales aunque esta vez no sea él quien la protagonice. ¡Habrá que seguirle la pista!

Sé la persona que te gustaría conocer


Posiblemente este sea el post más difícil de todos los que he escrito hasta ahora. No porque sea la primera vez que hablo de mí, que no es el caso, sino porque es algo que me costó comprender y, sobre todo, aceptar. Todo empezó hace unos meses, cuando me dieron el mejor consejo que me han dado en la vida: sé la persona que te gustaría conocer.

Recuerdo que fue una conversación larga, nocturna e internacional. Es curioso como una persona a mil ochocientos kilómetros puede cambiar más tu vida en un segundo que otras que han estado a tan sólo centímetros durante años. Yo acababa de lanzar un mensaje en una botella virtual esperando encontrar un refugio o un lugar donde esconderme. Lo único que quería era desaparecer porque no quedaba de mí casi nada tangible a lo que aferrarme. Huir, eso quería. Que alguien secara mis lágrimas y me dijera que todo iba a salir bien. Pero me encontré con aquella llamada. Con aquella pregunta: ¿a ti te gustaría conocer a una persona como tú? Y con mi silencio por respuesta.

¿Quién era yo? Ese era el problema. Ya no lo sabía. Llevaba tantos años plegándome para encajar en sus recovecos que había terminado por perder mi propia forma.Yo había dejado de existir para convertirme en aquel nosotros que ya no era nada. Y había vivido durante tanto tiempo con miedo a perderlo que no me había dado ni siquiera cuenta de que mientras tanto me iba perdiendo a mí misma.

Nadie quiere ser responsable de la felicidad de otro, seguía diciendo su voz al otro lado del auricular, lo que funciona es encontrar a alguien que ya sea feliz y seguir siendo felices juntos. ¿Yo era feliz? Supongo que la felicidad había dejado de importar. A veces es más fácil quedarse con una infelicidad soportable que arriesgarse a perderla. Terminas por acomodarte y a creer que eso es ser feliz. Pero la felicidad no es conformismo, aunque tendamos a confundir ambos términos con frecuencia.

Mi problema de base era que yo había asumido como cierta una afirmación que no lo era. Hay mentiras que se disfrazan de verdad a golpe de repetición y yo había estado sumergida de lleno en una. Mis ojos habían dejado de ser mis ojos para convertirse en el reflejo de los suyos. Yo ya no me veía a mí, veía lo que me habían hecho creer que yo era.

No, no me hubiera gustado conocerme entonces. Era poco más que un fantasma. Todo lo que tenía era un no inmenso y un montón de miedos. Tienes que enamorarte de ti misma,  susurró el auricular, ser la persona que te gustaría conocer. Y, en aquel momento, aquella afirmación me pareció un mundo.

Lo curioso es que no fue tan complicado como me pareció en un principio. En realidad yo ya era esa persona, pero no lo recordaba. Había pasado tanto tiempo siendo otra que lo había olvidado. Pero esa que era yo antes de aquel nosotros seguía bajo la superficie. Sólo necesité arañar un poco para encontrarla. Reestructurarme. Reconstruirme. Rescatar lo que me gustaba de mí y sacarle brillo de nuevo.

No es fácil. Nunca es fácil aceptar que te dejaste vencer. Que te perdiste. Que te sumergiste en el agua y te dejaste llevar por la corriente. No es sencillo entenderte fuera del contexto que te ha contenido durante años. Hay días en los que, pese a todo, te miras en el espejo y aún esperas verlo. Días en los que sientes ese miembro amputado, ese fantasma que formaba parte de ti. Hay días en los que todo es cuesta arriba y parece que tuvieras agujetas, pero aún así caminas. Porque no te queda otra. Porque no eres de las que se rinden. Puedes doblarte, pero no romperte. Y, al final del día, recuperas tu forma.

Aquella noche, tras colgar el teléfono, creía haber entendido lo que acababa de escuchar. Lo creí durante meses. Hasta que un día me desperté y me sentí rara. Ya no me faltaban partes, era como si de repente estuviera completa. Y comprendí de golpe lo que había malinterpretado meses atrás. Sé la persona que te gustaría conocer. Conviértete en esa persona y ya no necesitarás encontrar a nadie que te complete porque ya estarás entero. Y sólo entonces podrás dejar de buscar porque ya te habrás encontrado. Sólo entonces verás las fisuras de cada puzzle que trataste de construir anteriormente, porque las piezas pueden encajar, sí, pero nunca serán una sola.Y sonreirás al comprenderlo.







Más suyas, menos nuestras

Dice Gallardón que "La maternidad libre hace a las mujeres auténticamente mujeres. Yo soy mujer y no soy madre. Tampoco soy esposa o hermana. Yo sólo soy mujer. Aunque para el ministro de Injusticia la mujer sólo sea auténticamente mujer cuando sirva como complemento a otra persona: hijo, padre, marido, hermano. Cuando la mujer complemente otra vida que sí tenga derecho a serlo. Pero yo me siento auténticamente mujer. Dueña de mi cuerpo y de mis opiniones. Dueña de lo que hago, de lo que pienso, de lo que siento y de lo que digo. También de lo que callo. De lo que defiendo y de lo que rechazo. 

Gallardón quiere quitarme eso con su reforma del aborto. Quiere que mi cuerpo deje de ser mi cuerpo. Que se convierta en una suerte de incubadora, en un útero sin alma. Gallardón quiere convertirme en una de esas mujeres, auténticamente mujeres porque son madres. Porque son esposas que firman y callan sin preguntar lo que sus maridos piden. Porque la auténtica mujer no piensa por sí misma, deja que esa otra vida que la posee lo haga por ella. 

Ni siquiera lo ha inventado él. Gallardón no es más que un resultado. Un producto. El ser humano no nace odiando, el odio se construye. El odio se implanta. El odio que el ministro siente hacia la mujer es el fruto de la educación que ha recibido. De los ambientes en los que se ha movido. Del poder que ha alcanzado. Su odio hacia la mujer no es innato, ha sido puesto ahí. Porque nadie, ningún hombre repito, nace odiando. 

Grabando el otro día este podcast sobre 1984 surgió un tema interesante. En el libro de Orwell se reflejan dos tipos de rebeliones contra el sistema. Tenemos a Winston Smith y a Julia. Mientras Winston aborrece las injusticias cometidas por El Partido, su manipulación de la verdad y la opresión a la que son sometidos, Julia se decanta por una rebeldía más individualista. La rebelión de Julia pasa por su cuerpo, por su feminidad. Julia lucha contra El Partido haciendo precisamente lo que El Partido ha impedido que haga: ser mujer. Y su rebelión no es menos significativa por ello, de hecho, es relevante que la mujer tenga que rebelarse contra el sistema para ser lo que le corresponde por naturaleza. Que la mujer siempre tenga que luchar por ser auténticamente mujer porque su feminidad se ve coartada, se ve supeditada e, incluso, anulada. 

El cuerpo de la mujer se mercantiliza. Se prostituye, se vende, se arrienda. Se convierte en pecado, en tabú, en objeto. El cuerpo de la mujer es del Estado, de su marido, de su padre, del feto. Y, si la mujer osa reclamar su propiedad, se la tacha de feminista radical. La mujer que prioriza su individualidad es considerada egoísta. La mujer que decide no definirse por quien la acompaña sorprende, choca, asombra. Porque la mujer, por norma general, no es auténticamente mujer hasta que pasa a ser "de". Marido, hijo. Poco importa. Lo que cuenta es ese "de" que denota pertenencia. Que la ubica, que la contiene. Esa red de seguridad que ata su cuerpo a otra vida. 

Pero el cuerpo de la mujer puede existir por sí mismo. Sin redes de seguridad, sin ataduras. De vez en cuando, las mujeres somos conscientes de eso. Y nos rebelamos. Y conseguimos que las cosas cambien. Logramos recuperar esa autonomía que nos suprimen. Porque somos luchadoras, capaces, valientes, libres. Porque ni queremos ni podemos permitir que nada ni nadie decida por nosotras.

Y, aunque ayer bastaron 183 votos de esta democracia totalitaria para que todas las mujeres de este país pasáramos a ser un poquito más suyas y menos nuestras, yo soy mía. Y soy mujer. Y no voy a dejar que nadie me quite eso.

Cuestión de confianza


Creo que tenía dieciocho o diecinueve años cuando dí una respuesta que me cambió la vida. Lo recuerdo perfectamente: fue un sí. Si algo he aprendido en todos estos años es precisamente eso: que un sí tiene más poder para cambiar las cosas que un no. Un no tienen esa forma de dejarte como estás o, como mucho, de terminar algo. Pero, aunque una cosa acabe, nada nuevo empieza sin un sí. Así que, al final, resulta que tienes mucho más que ganar con una respuesta afirmativa que con una negativa, aunque dé mucho más miedo.

La pregunta era un viaje. Una buena amiga me propuso probar algo diferente. Una locura que acepté con miedo pero con ganas. Una locura que cambió mi forma de entender la vida.

Vivimos en una sociedad desconfiada por naturaleza. Basta encender la televisión para comprobar que el ser humano puede ser realmente perverso. Todo el mundo conoce una historia de alguien a quien engañaron, a quien mintieron, a quien estafaron... ¿Cómo confíar entonces en nuestros semejantes? Recuerdo que cuando se me planteó aquel viaje pensé en esto mismo. ¿Cómo iba a quedarme en casa de un desconocido? ¿Y si nos hacía algo? Luego me paré a pensar. Para esa persona yo también sería una desconocida. De hecho, casi todas las personas que había en mi vida habían sido desconocidas para mí hasta justo un segundo antes de conocernos. ¿Por qué desconocido tenía que implicar necesariamente malo? Yo no era mala persona, ¿por qué presuponía que un desconocido tenía que serlo? Era bastante injusto.

El resultado de aquella experiencia fue altamente satisfactorio. Tanto que, años más tarde, yo pasé a estar al otro lado de la misma. Me convertí en la desconocida que abre sus puertas a un extraño. Y entendí que, más que una forma de viajar, aquello era un ejercicio de confianza.

Confíar en un desconocido no es sencillo. Se juntan tu miedo y el suyo, creando una barrera difícilmente salvable. Hace falta predisposición y ganas por ambas partes para que funcione. Es necesario perder ese miedo y atreverse. Luego ya es cuestión de probabilidades. Puede que te salga mal, pero también es posible que aciertes. La única certeza es que si nunca te atreves, jamás sabrás si podrías haber ganado.

A lo largo de los años me he encontrado con muchas y muy variadas opiniones respecto a esto. Está quien se entusiasma al escucharlo y me pide más información al respecto y, por supuesto, está quien se horroriza y me dice que estoy loca. Sin embargo, a mi nunca me ha importado. Es algo que aplico no sólo a la hora de viajar, sino en mi día a día. A veces se me olvida, pero no suelo tardar demasiado en recordarlo. Al final el balance siempre es positivo. Si no sumo un amigo, sumo una experiencia. Y eso siempre es positivo.

La confianza sin expectativas suele funcionar. La gente que más me ha decepcionado a lo largo de mi vida ha sido aquella de la que esperaba algo que no se ha cumplido. Lo maravilloso de no esperar nada de alguien es que suele sorprenderte para bien con relativa facilidad. Y, lamentablemente, de quien conocemos solemos esperar siempre algo, precisamente por eso, porque creemos conocerles.Pero decepcionarse no es malo, al contrario. De las decepciones aprendemos también qué podemos esperar de alguien y qué no. Las decepciones nos ayudan a conocer a las personas y, a veces, nos ayudan a entender que no podemos mantenerlas en nuestra vida.

Decía Hobbes aquello de de "El hombre es un lobo para el hombre". Yo pienso que, quien se siente lobo, verá lobos en cualquiera que se acerque. Tendemos a reflejar nuestras emociones. Si tenemos miedo y desconfianza, proyectarémos ese mismo sentimiento en los demás. Y eso será lo que recibiremos como respuesta. Somos espejos. Y, aunque como en todo habrá excepciones, la pregunta no deja de ser: ¿cuánto bueno estás dispuesto a perderte por miedo a lo malo? Eso es al final lo que lo resume todo.


Nominación de los premios Liebster


Me llega esta nominación desde el blog de El Tercer Estado, libro del que ya os hablé aquí y a cuya autora admiro profundamente. Así que, aunque no soy dada a rellenar este tipo de cosas, haré una excepción con esta.

Normas del premio:
  1. Agradecer al blog que te ha nominado y seguirlo.
  2. Responder a las preguntas que te han hecho.
  3. Nominar a blogs de menos de 200 seguidores (es posible nominar a un número inferior de blogs siempre que el número de preguntas a realizar se reduzca en proporción).
  4. Avisarles.
  5. Realizar preguntas a los blogs que has nominado.
 Y estas son las preguntas que me deja Desireé.

1. ¿A qué personaje de novela te gustaría tener como amigo en la vida real?

A "El Principito", sin duda. Me apasiona la sencillez con la que ve la vida. Todos necesitaríamos tener esa parte infantil y pura en la nuestra. 

2. ¿Qué personaje literario se parece más a ti?

La mayoría del tiempo me siento un poco como Holden Caulfield, lo cual no sé si es bueno o malo... Pero también soy muy Elizabeth Bennet.

3. ¿De qué libro te gustaría que se hiciera una película o serie?

De ninguno, por favor. Tengo la teoría de que si un libro te fascina lo mejor es no ver jamás su versión cinematográfica. Ese libro en tu cabeza tiene una forma tan perfecta que difícilmente podrá superarse. Mejor quédate con eso.

4. Si pudieras viajar a una ciudad de ficción, ¿a cuál sería?

Macondo, aunque sólo fuera por conocer a los Buendía.

5. ¿Qué libro estás leyendo ahora?

"Los pasajeros", del genial Gabri Ródenas.

Nominar no nomino a nadie, pero os animo a todos a participar. Creo que difícilmente podría superar las preguntas de mi predecesora, así que las cojo prestadas ;)