Yo tampoco sé vivir, estoy improvisando


Siempre he tenido la necesidad de tenerlo todo bajo control. No es ningún secreto. Siento un miedo irracional hacia lo desconocido. No me gustan las sorpresas. Lo inesperado. Siempre procurando adelantarme a cualquier contratiempo. Llevarlo todo estudiado de antemano. No dejar nada a la improvisación.

Pero resulta que la vida no se puede planear. La vida solo puede vivirse. Te puedes pasar horas, años colocando tus planes en orden como si de fichas de dominó se tratara, que luego ya verá la vida si te las tumba todas de un golpe. Y, después de eso, no te queda más remedio que improvisar. Ir resolviendo los problemas sobre la marcha. Caminar hacia delante con los ojos vendados.

Es como estar al borde de un acantilado. Tus opciones son volver sobre tus propios pasos o saltar. No sabes lo que te espera si te decides por lo segundo, pero conoces perfectamente lo que hay si decides dar marcha atrás.

El borde de mi acantilado daba miedo, pero no había camino por el que regresar. Mis opciones se habían reducido a quedarme allí parada o saltar. Al principio me quedé quieta. Petrificada. ¿Qué otra cosa podía hacer? Yo nunca había volado antes. ¿Y si no sabía hacerlo? O, lo que es peor, ¿y si no podía? El pánico se apoderó de mi. Quería volver desesperadamente sobre mis pasos, pero ya no había ningún lugar al que regresar. Confesaré que soy una miedosa de manual, pero cuando me ha tocado ser valiente lo he sido siempre de golpe, sin red de seguridad. Sin pararme a pensármelo dos veces.

Así que salté. Con los ojos cerrados y cogiendo carrerilla. Salté porque no me quedaba más remedio y porque algo en mi interior me decía que aquello era lo correcto. Porque nada sucede por casualidad. Porque la valiente que tengo escondida en algún lugar de mi interior tomó las riendas por un instante. Porque perdí el miedo. Así, de golpe. Sin medicinas. 

Desde entonces no tengo nada planeado. Las cosas van pasando, sin más. A veces siento que me falta el aire cuando me paro a pensar que no tengo un plan b, peor, que en realidad no tengo un plan a. Otras me limito a cerrar los ojos y dejarme llevar. Porque he aprendido que los contratiempos pueden ser maravillosos. Que los futuros suelen caerse a la mitad, por lo que es mejor no edificar sobre ellos. Que un sí suele traer más felicidad que un no. Que improvisar puede resultar liberador. Que perder el control de vez en cuando es saludable. Que hay sorpresas agradables y otras que no, pero siempre puedes aprender algo de ambas. Que lo desconocido solo necesita una oportunidad para quitarse ese 'des' de encima. Y, sobre todo, que la vida ya tiene un plan. Es absurdo empeñarte en hacer otros.


1 comentario:

stormbringer dijo...

Siempre lo he dicho: la vida es una terapia de shock