Inerte

Hay en mi cama una frontera de sábanas frías y almohadones que nunca me atrevo a traspasar. A veces hago de ella trinchera y otras la observo desde la distancia, recordando qué forma tenía cuando era su cuerpo el que se ubicaba en ella. Casi nunca lo consigo. La forma de su cuerpo se fue, como tantas otras cosas, disolviendo en mi memoria.
Lo que si recuerdo, o creo recordar, es que la cama era más estrecha cuando le contenía. Desde que no está, no he sido capaz de encontrar sus límities. Esos por los que antaño siempre me caía. Es ahora mi cama infinita, como nosotros no fuimos. Así de raro.
Entiendo que cuando la cama recupere su tamaño y forma, de él no quedará ya nada. Será entonces mi cama, solo mía, sin trincheras ni fronteras, limitada y recién hecha. Y yo podré, por fin, dormir sin soñarle. Ignorar que mis sábanas alguna vez le atraparon y que no eran tan frías cuando él estaba. Desprenderme de esa pequeña decepción que me asalta cada mañana cuando encuentro en el almohadón un abrazo inerte. Como mi cama será entonces. Despojada de la vida que la dimos. Muerta. Como ese nosotros taciturno que se llevó el alba.

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