Al final


Tú. Eso es todo lo que quedará al final. El puñado de huesos y carne que te componen. Lo que hayas metido dentro con el paso de los años. Todo lo demás se irá diluyendo. Dejará de ser importante. Lo que creías que sería para siempre pasa a ser un recuerdo intangible que, sí, perdurará en ti... pero no podrás abrazarlo. Ya no. Y todo carecerá de importancia cuando comprendas que, al final, no se trata tanto de lo que es como del momento en el que lo es. El momento lo es todo. Quién eres tú en ese momento exacto. De ese detalle dependerá absolutamente todo. Porque al final solo quedarás tú. La manera en que lo viviste. La forma en que lo recuerdas.

Y, al final, entenderás que solo te debías a ti misma. Que eras la única que sabía cuidarte. Entenderte. Amarte. Se necesita una vida entera para conocer a alguien así. También paciencia.

Verás al final que frente al espejo siempre estuviste tú. Nadie más. Que lo que recibías no era más que tu reflejo en otros. La forma en que te mostrabas. La forma en que te hacías ver. Que eran tuyas las sonrisas y también tuyas las lágrimas. Que nadie las puso jamás sobre tu rostro.

Comprenderás al final que fuiste tú quien perdió esa oportunidad. Quien no pronunció aquella frase. Quien no cumplió aquel sueño. Que los que dijeron que era una locura hace tiempo que marcharon. Que la locura fue no escuchar tu propio instinto.

Que al final no importará tanto lo que otros pensaron de ti porque serás la única que quede para evaluarte. Y solo tú podrás decir si valió la pena. Solo te quedarán tus propios reproches y tus propios elogios. Y al final, siempre al final, entenderás por fin que no estuvo tan mal. Que, de hecho, no pudo haber sido mejor. Porque, al final, todo lo que te sucedió te convirtió en ti. Y eso no puede ser más que perfecto.


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