La chica biónica

Y restos de lágrimas en las mejillas que engañarían a cualquiera menos a mí, que conozco su secreto.
La mujer de la mesa contigua me dedica una mirada de desprecio mientras su marido se encoge de hombros.
Tendría que haber probado la unidad en el laboratorio, pienso arrepentido. Aunque, de algún modo, la confusión me halaga.
El camarero que nos trae la cuenta la mira con curiosidad y me tiende la nota de mala manera. Avergonzado, pongo una servilleta entre sus manos.

-Sécate y vámonos -susurro-. Antes de que se produzca otra fuga.