Esta idea no es nueva. El uso del lenguaje como arma política tiene precedentes reales y literarios. George Orwell, que basó su “neolengua” en la propaganda totalitaria nazi, ya explicó en su novela “1984” cuál era la finalidad de esta práctica:
«¿No te das cuenta de que el objetivo último de la neolengua es reducir
la capacidad de pensamiento? Al final lograremos que el crimental sea
literalmente imposible, porque no habrá palabras con las que
expresarlo. Cualquier concepto que alguna vez haya existido se
expresará con sólo una palabra, con su significado rigurosamente
definido y todas las acepciones secundarias eliminadas y olvidadas.»
Así empieza mi artículo de este mes para Vozed. Para leerlo, pulsa aquí.
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