Híbrido

El aerodeslizador no llegaría a tiempo. Consultó en el dorso de su muñeca su saldo de nuevo, solo para verificar que era insuficiente. Apenas le llegaba para las cápsulas alimenticias de la jornada, por lo que ni siquiera podía plantearse el teletransporte. Las becas universitarias no estaban pensadas para que los alumnos gozaran de aquel privilegio, pensó. Proyectó sobre la pared del pasillo su horario. Si llegaba tarde a “Neptuniano avanzado” tendría que presenciar la clase de pie. Por no mencionar que aquel horrible alienígena de dos metros de alto que impartía la asignatura leería su mente y sabría que el motivo de su retraso era totalmente injustificado.

La alternativa era no ir a clase y sumar una nueva falta a su expediente. Cambió de proyección para consultar su estado. Nueve ausencias en total. No pudo evitar sonrojarse al comprender que todas habían sido causadas por lo mismo. Desactivó el holograma desde la montura de sus gafas. No podía permitirse una nueva falta, cancelarían su beca. Y nadie podía costearse una carrera diplomática interestelar sin beca, al menos no un híbrido de nivel medio como él.

Se lamentó de su condición. De haber sido un híbrido de nivel avanzado no se encontraría en aquella situación. Su desarrollo, mucho más evolucionado que el de los de su clase, había conseguido eliminar por completo cualquier atisbo de sentimiento humano. Serían seres perfectos capaces de combinar lo mejor de ambas especies: la humana y la robótica. Aunque, de momento, solo existía un prototipo.

Él, sin embargo, era solo un humano robotizado que conservaba intacta su capacidad de sentir. Y, por esa condición, se había enamorado completa e irremediablemente de ella. Hasta el punto de olvidar por completo sus clases o sus obligaciones.

Exhaló un suspiro y subió, resignado, en su aerodeslizador. Iría a clase, decidió. Aunque aquello supusiera que su profesor descubriera la estupidez que había cometido enamorándose del único ser sobre el planeta Tierra que había conseguido anular su capacidad de amar.

Monstruo

Y al otro lado de la ventana, nada de nada. Resignado, regresa a casa. Su madre, enfadada, espera en la entrada.
—He salido a buscar al monstruo— se excusa.
—¿Qué monstruo?— pregunta ella, curiosa.
—El monstruo que me observa por la ventana —responde el niño—. Le veo todo el rato, mirándome fijamente pero, cuando salgo a buscarle, se va.
Su madre palidece. Sin decir nada, se dirige hacia el armario de la ropa limpia donde coge todas las sábanas que encuentra. Luego, recorre la casa tapando cada ventana.
—Te dije —le dice por la noche, llorando, a su marido— que no bastaría con los espejos.


Relato finalista semana 25 de Relatos en Cadena.

El emblema del traidor



Hay una frase de Holden Caulfield que siempre me ha gustado: "Los libros que de verdad me gustan son esos que, cuando acabas de leerlos, piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras."

Sin embargo, hoy os voy a hablar de un libro con el que me ha sucedido el efecto contrario. Esta vez no ha sido el libro el que me ha llevado al autor, ha sido el autor quién me ha llevado al libro.

Desde hace un tiempo y gracias a las redes sociales, el panorama literario ha cambiado. Ya no se reduce a los títulos que los comerciantes quieren exponer en sus estanterías o a los autores que gozan de mayor respaldo editorial. Eso ha cambiado. Ahora el propio autor es su mejor publicidad. Los autores interactúan con el público, dan a conocer su obra y consiguen sus propios lectores.

Gracias a esto, autores como Bruno Nievas han conseguido hacerse un hueco en el panorama literario de este país. Autores cuyas obras nos habríamos perdido de otra manera y que han demostrado ser escritores con un gran potencial.

Decía recientemente Vargas Llosa que los tablets banalizarán la literatura. Bajo mi punto de vista, el efecto del libro electrónico es totalmente opuesto. La aparición del ebook ha contribuido a aumentar la oferta literaria de este país. Conseguir un libro es ahora más fácil y más económico. Es el lector quién ahora elige directamente el contenido. Han desaparecido los filtros que antes efectuaban las editoriales. Las obras que no superaban esta prueba no podían ser leídas por el público. Unos pocos elegían qué era digno de ser leído y que no. Ahora eso se ha terminado. El lector decide, el lector elige. Decir que esta elección banalizará la literatura es insultar al lector, asumir que es incapaz de decidir por sí mismo qué debe leer.

Precisamente, el libro del que quiero hablar es "El emblema del traidor" de Juan Gómez-Jurado. Juan marcó un antes y un después en la era de los ebooks cuando decidió regalar su primer libro mediante la iniciativa de 1libro1euro, cuyos beneficios van destinados a Save the Children. Son muchos los autores que, desde entonces, decidieron sumarse a este movimiento consiguiendo demostrar algo que la industria editorial siempre ha negado: la gente está dispuesta a pagar por los libros aún pudiendo conseguirlos gratis.

¿Por qué? Cuestión de principios, supongo. Yo he adquirido todos los libros de Juan Gómez-Jurado por el simple hecho de que su precio me parece más que justo. Creo que es un precio mínimo (por debajo de los dos euros) que ayuda a que este autor siga publicando y me proporciona un ebook en un formato que me resulta cómodo y fácil de adquirir.

Además, Juan proporciona un añadido extra a su obra que le hubiera gustado a Caulfield de haber conocido twitter: Juan interactúa con sus lectores. Consigue crear una sensación de amistad que hace que te animes a comprar sus libros. Por esta razón compré el primero. Por la calidad de su obra, el resto.

No puedo decir que no me hayan gustado sus dos primeros libros porque no sería cierto aunque, todo sea dicho, no fueron libros que consiguieran impactarme. Fáciles de leer y amenos, un rasgo característico de este autor, pero sin esa chispa. No sabría definirlo, algunos libros lo tienen y otros no. Me refiero a ese algo que hace que no puedas apartar tus ojos del texto. Eso que hace que te olvides de comer, de dormir y hasta de respirar si te descuidas. Eso que sucede cuando una historia te atrapa y te retiene en su interior hasta que alcanzas la palabra "Fin". Y, a veces, hasta mucho después de haberlo hecho.

"El emblema del traidor" no es una novela histórica. Es una novela que se ubica en una época concreta, pero que podría situarse en cualquier otra. En el fondo, la historia de sus personajes es una historia de amor, de supervivencia, de misterio, de celos, de venganza y, por supuesto, de traición. Una historia que se desarrolla en la Alemania de entreguerras pero que podría suceder hoy día, sobre todo si hacemos caso a los paralelismos (salvando las distancias), de la situación de la época con la actual.
Sus personajes son reales, cercanos. No tenemos grandes héroes ni grandes villanos. Tenemos a personas de carne y hueso que, por circunstancias de la vida, han terminado actuando de una determinada manera.
Como hilo conductor de toda la trama, tenemos un misterio. Una incógnita de la Historia que Juan introduce en su libro para conseguir hacer lo imposible: convertir una anécdota en una increíble novela de casi quinientas páginas.

No quiero contar nada de la trama porque creo que es mejor coger este libro sin saber absolutamente nada sobre él. Os diré, eso sí, que es un libro que merece la pena leer. Os gustará, estoy segura. Y, si no, siempre podréis decírselo a @JuanGomezJurado, estoy segura de que le encantará conocer vuestro punto de vista.

Pretérito perfecto simple

Nos dijeron que no podíamos ser. Que ese nosotros nunca pasaría de un tú y yo. Que las conjunciones copulativas no estaban hechas para durar. Que al final de cada sueño siempre hay un despertar. Que no lo conseguiríamos porque ellos, antes que nosotros, no lo consiguieron.

Pero no les escuchamos. No hicimos caso a sus consejos. Seguimos caminando juntos, de la mano, hacia la piedra con la que ellos ya habían tropezado. No teníamos miedo. Lo prometimos, recuerda. Que no tendríamos miedo mientras estuviéramos juntos. Y luego, si las cosas salían mal, si al final nos separábamos indefinidamente, nos moriríamos de miedo por separado. Pero no dejaríamos que lo nuestro se escribiese a base de condicionales compuestos. No dejariamos que la certeza de un fracaso venciera a la posibilidad de un acierto.

Y arriesgamos. Pusimos todo lo que teníamos en aquel intento porque, en el fondo, solo nos teníamos a nosotros mismos. Corrimos sin miedo hasta que tropezamos una y mil veces contra la misma piedra. Abrazados sobre la hierba con las rodillas ensangrentadas. Riéndonos del miedo que se sentía tras cada caída. Volviendo al principio. Porque creíamos en nuestras posibilidades aunque ellas no creyeran en nosotros.

No sé si ganamos o fuimos derrotados. No sé si hubo un nosotros o tan solo un tú y yo traicionado por una conjunción copulativa. No sé si abrimos los ojos al despertar. Solo sé que al final nuestra historia se escribió en pretérito perfecto simple. Y, de algún modo, fuímos.