Treinta años no son nada

Es Benito, el camarero. Lleva trabajando aquí desde la inauguración y hoy se jubila. La cena es en su honor, por supuesto, aunque la mayoría de los clientes no lo saben. Este es un hotel de categoría, pero eso usted ya lo sabe. No quedaría bien que se celebrase una cena en honor a un viejo camarero, por eso han puesto solo “Cena conmemorativa”, porque nadie pregunta nunca que se conmemora. Con este menú, ¿cree usted que tienen tiempo de pensar en nimiedades? ¡Lea, lea! Todo de primera calidad, todo exquisito. No hay mayor manjar que este, el segundo plato. No se deje engañar por el nombre, es cosa del chef. Le gusta alardear poniendo nombres demasiado largos y complejos, pero es el mejor. Si no, no trabajaría aquí, ¿no cree?

¡Ha llegado! ¿La ve? Mire al fondo, es ella, la del abrigo negro. Es preciosa, ¿verdad? Lleva más de treinta años viniendo a cenar aquí. Yo no la conocí entonces, por supuesto, pero Benito siempre habla de ella. Dice que la primera vez que la atendió venía sola. Pidió el menú degustación, eso a Benito le encanta contarlo. Creo que por eso hicieron tan buenas migas. Nadie pide el menú degustación porque no está en la carta, ¿comprende? En realidad, no hay menú degustación. Es una broma suya, algo privado. Como dejar que Benito elija el vino. Ella siempre viene aquí y pide el menú degustación, entonces Benito va a la cocina y le dice al chef que ponga un poco de sus mejores platos para la mesa tres. Y es que ella siempre se sienta en la mesa tres, es su mesa. Incluso cuando no va a venir a cenar, Benito no deja que nadie se siente allí. La mesa tres lleva treinta años reservada y nadie se ha atrevido jamás a ocuparla.

Hoy van a cenar juntos, por primera vez. Por eso Benito no lleva su uniforme y ella está tan guapa. Como curiosidad le diré que ese vestido que lleva, el rojo, es el favorito de Benito. Siempre me lo dice, cuando la ve llegar. Me dice “Que guapa está con ese vestido, mírala, se podía escribir una canción de cada uno de sus movimientos” y yo me río porque sé, aunque Benito nunca me lo ha dicho, que tiene escrita más de una canción para ella. Y es que Benito empezó a trabajar como camarero para poder pagarse las clases de música, pero no le fue bien y al final éste se convirtió en el trabajo de su vida. Como son las cosas, ¿eh? A veces la felicidad está donde menos lo esperamos. O si no, mírelos. Se comen con los ojos, como dos adolescentes. No siempre ha sido así, es verdad. Desde el principio hubo mucha química entre ellos, pero nunca se dijeron nada. Cena tras cena se hicieron amigos y, al final, ella dejó de venir sola. Supongo que le pudo la impaciencia o, quién sabe, quizás la soledad. Empezó a traer a hombres diferentes cada noche, a pedir platos únicos y a elegir el vino. A veces fingía encontrarse mareada y, cuando Benito se acercaba, su acompañante le pedía que reservase una habitación en el hotel para la dama. A Benito aquello le ponía de los nervios, pero él era un profesional y nunca decía nada. Y, de tanto callarse, al final ella dejó de variar de comensal y terminó eligiendo a uno solo.

Era un buen tipo, la verdad. Yo solo le vi dos veces pero recuerdo que me dejó una buena propina. Las mayores propinas se las dejaban siempre a Benito, pero él no siempre quería atender su mesa. A veces nos pedía a alguno de nosotros que cubriésemos la tres y entonces lo sabíamos, no era un buen día. Benito se quedaba en la cocina mientras uno de nosotros veía como aquel hombre le proponía matrimonio o le regalaba un caro colgante por su aniversario.

Cualquiera lo diría hoy, ¿verdad? Parecen dos enamorados. Si se ha fijado bien en el menú, cuenta sabrá que hoy hay una degustación especial. Todos los platos han sido elegidos especialmente por Benito, incluso el segundo del nombre pomposo. Son los platos preferidos de ella, los mejores de los últimos treinta años. Por eso ha sonreído al ver llegar al camarero con el primero y por eso le ha cogido la mano. Ha entendido, por fin, lo que Benito nunca ha sabido expresar con palabras.

El marido murió hace casi un año, pobre hombre. Un ataque al corazón, creo. Ella estuvo sin aparecer por aquí varios meses, pero al final uno de sus hijos la trajo a cenar una noche. Me crucé con él cuando iba al baño y me dijo que, por alguna extraña razón, su madre parecía sentirse segura aquí. Yo no quise decirle que lo sabía, pero creo que lo vio en mis ojos. Nunca he sabido disimular.

No como Benito, es cierto. Aunque, créame, él no lo intenta. Es de naturaleza reservada y cuesta mucho saber qué está pensando. Por eso es tan buen camarero, no juzga, no condena. Los clientes pueden venir aquí a cenar con su esposa una noche y su amante la siguiente con la total certeza de que Benito no dará ni la más mínima muestra de reconocimiento.

Ahora viene la mejor parte, el postre. Será mejor que esté atento porque va a ser un momento único. ¿Ve la copa de cava? Si se fija bien, verá algo brillar en el fondo. Si, claro que es un anillo. Benito no es muy romántico, pero algunos de la plantilla han visto demasiadas películas y no han podido evitarlo. Treinta años, se dice pronto, ¿verdad? Y es la primera vez que cenan juntos, parece mentira. Seguramente, más de la mitad de los clientes del restaurante crean que son solo una pareja más, un matrimonio fuerte y sólido celebrando algún tipo de aniversario. Es imposible saber cuántas historias similares habrá aquí, ahora mismo. Pareciendo algo que realmente no son.

Nunca la había visto tan guapa, se lo aseguro. Está radiante, como una novia. Benito, sin embargo, está paralizado. Nunca le gustaron demasiado las sorpresas, pero teníamos que hacer algo. Cuando ella vino esta mañana al hotel no necesitó convencernos. Todos llevábamos años deseando hacer algo así, pero nunca nos atrevimos. Ha sido una buena idea. Lo he visto claro hace un segundo, cuando Benito ha dicho que sí. Esas lágrimas eran pura felicidad, ¿no cree? Ahora entiendo que este era el momento adecuado. No, no hace treinta años. Entonces quién sabe que hubiese ocurrido. Ahora tenemos la certeza de que pasaran el resto de su vida juntos. Y le aseguro, señor, que serán muy felices.

El último baile

Once metros pueden parecer miles cuando son la distancia que nos separa. Yo permanezco inmóvil y esos once metros se mantienen impasibles entre tú y yo. Tú mirada, a once metros de distancia, me llama a gritos. Te escucho pero sigo sin poder hacer nada. Once metros, pienso, solo son once metros. Pero esos once metros ahora mismo son la distancia entre tú y yo y tú bien sabes que la distancia hace el olvido. Te olvidarás de mí, lo sé, aunque solo sean once metros y aún puedas verme a lo lejos.

Estos once metros serán nuestro fin. Por eso, cuando el decorador mira el hueco que hay junto a ti y suspira, cierro los ojos y suplico que me acerque a ti. Te ponen un traje de fiesta y te colocan los brazos para que parezca que estás bailando. Después, su ayudante, se dirige hacia nosotros. Busca un chico, le han dicho, para llevar esmoquin. Nosotros, desnudos y desmembrados, rogamos ser escogidos. El ayudante coge unos brazos, unas piernas, un torso y mi cabeza. Creo que voy a estallar de felicidad cuando me recompone con pedazos de otro y me acerca a ti. Me pone un esmoquin negro y el me coloca a tu lado. Miro desafiante a los once metros que amenazaban con separarnos y después te miro a ti. Me coloca los brazos como si estuviera bailando contigo. Tus labios de plástico me lanzan un beso.

Once centímetros, calculo rápidamente. Sí, pienso, puedo hacerlo. Un centímetro al mes hasta el próximo cambio de decorado. Nadie en los grandes almacenes se dará cuenta de que los maniquies vestidos de fiesta cada vez bailan más juntos.