La canción de los días de lluvia

Mañana va a llover. Ella cogerá las botas de agua y el paraguas rojo del armario. Se pondrá su chubasquero blanco, el de lunares. Seguramente se recoja el pelo. Siempre se recoge el pelo cuando llueve. Luego bajará a la calle. Correrá por las aceras en busca de algún charco y, cuando lo encuentre, saltará sobre él hasta empaparse. Alguien la llamará loca. Se reirán de ella, como siempre que llueve. Después iré a buscarla. La acurrucaré entre mis brazos y le cantaré esa canción que tanto le gusta. La de los días de lluvia.




[Relato elegido ganador semanal del concurso "Relatos en cadena"]

Podcast (al final)

Je t'aime

Perdí el vuelo y tuve que pasar la noche en el aeropuerto: ese fue la versión oficial. La verdadera historia era demasiado inverosímil para contarla. De haberlo hecho, me habrían tomado por loco. Aún hoy me cuesta creer que aquello sucediera de verdad.

Lo cierto es que sí, efectivamente, perdí mi vuelo. Tenía una reunión en Munich el martes por la tarde de vital importancia y me encontraba atrapado en Heathrow.

- ¿No hay nada para mañana?
- Lo lamento señor. El próximo vuelo con asientos disponibles es el del miércoles por la noche.
- ¡Estamos a lunes!
- Lo sé, pero todos los vuelos están completos. No podemos hacer nada más.

¡Estupendo! La reunión se iría al traste y mi jefe me despediría de inmediato. La expansión alemana truncada por mi torpeza. El tráfico londinense también había influido, sin duda… pero muchísimo menos que mi falta de previsión.

- Yo sé dónde conseguir un vuelo para mañana a primera hora.
- ¿Perdona?

Una chiquilla, de no más de dieciocho años, me hablaba desde el suelo. Estaba tirada junto al mostrador, junto a una de esas mochilas de bolsillos. Era guapa y descarada. Justo el tipo de chicas que llevan los problemas escondidos en el bolsillo.

- Sale de Charles de Gaulle, mañana a primera hora. Hay plazas de sobra.
- ¿A Munich?
- Sí, claro. Yo también he perdido el vuelo. Podemos ir juntos.
- ¿Juntos?
- ¿Tú solo sabes preguntar? Pues claro que juntos. El vuelo sale a las nueve. Si te quedas ahí plantado, también lo perderemos.
- ¿Y qué haremos toda la noche en París?
- ¿Tú que crees? ¡Ver la torre Eiffel y comer crépes de nutella!

Definitivamente, aquella chica estaba loca… pero yo tenía que estar en Munich sin falta y ella sabía como conseguirlo. Además, era muy guapa. La clase de chica problemática e irresistible. Y yo, por desgracia, era la clase de tío que no sabe resistirse.

- Dos billetes, clase turista – me miró divertida - ¿no te importa, no? Así podemos sentarnos juntos – sacudí la cabeza – Ventanilla, por favor. Aquí tiene mi documentación para los datos. Y esta es la del caballero.
- ¿No coges el de Munich?
- Ya lo cogeré mañana en París. Quiero practicar mi francés. – su guiño de ojos me resultó de lo más sugerente.
- Entonces, seré yo solo… de momento.

El vuelo fue breve. Yo y mi pequeña maleta de viaje, ella y su mochila de bolsillos. Yo trajeado, ella en vaqueros y sudadera. La pareja de viajeros más dispar de todo el avión y, sin embargo, no paramos de reírnos en todo el trayecto.

- Me encanta volar. Es como no estar en ninguna parte. Como estar sobre todas las cosas.
- Sí, no está mal. Aunque, cuando vuelas tanto como yo, terminas por odiarlo.
- Yo nunca podría odiar volar. Ojalá tuviera alas.
- Entonces sería algo completamente diferente.

Era divertida. Interesante. Culta. No era como había pensado que sería nada más verla y, sin embargo, cumplía con todas mis expectativas. Era como esa chica que sabes que no podrás olvidar a los diez minutos de conocerla. Yo lo supe en ocho.

Dejamos el equipaje en consigna y cogimos un taxi al centro. No era la primera vez que visitaba París, aunque sí la primera que no lo hacía por negocios. La ciudad parecía distinta. Quizás era la noche o, tal vez, era la compañía.

- Te voy a llevar a mi restaurante preferido de Paris. Champs Elysées, s'il vous plaît – dijo dirigiéndose al taxista.
- ¿Un restaurante en los Campos Elíseos? Espero que pueda pagarlo.
- No te preocupes, invito yo.

Eso sí que no me lo esperaba. Era desenvuelta, viva, alegre. Y yo debía de doblarle la edad. ¿Qué hacía allí, conmigo? Aquello era una locura, un disparate. ¿Realmente iba a pasar toda la noche en vela, con una desconocida, dando vueltas por París?

- ¿McDonalds?
- ¡Sí! Es genial, ¿verdad? La mejor ubicación de Paris. No puedes quejarte.
- Si te digo la verdad, hace siglos que no como en un sitio así.
- Te gustará, ya verás. Es divertido. Te hace falta divertirte. Eso y una camiseta. Esa ropa que llevas no puede ser más aburrida.
- Si encontramos alguna tienda abierta, te dejo comprarme una.
- Te tomo la palabra.

La cena fue distinta. Tenía razón ella al decir que sería divertido. Acabé con la cara llena de ketchup y una horrible sensación de culpa cuando nos marchamos corriendo, sin recoger la bandeja.

- ¡Una tienda!
- ¿Eso? Es una tienda de souvenirs.
- Sí, pero está abierta. ¡Vamos! Un trato es un trato.

Las camisetas en cuestión eran las típicas turistadas de mala calidad y tallaje misterioso. Mi compañera de viaje improvisada se decantó por un “Paris je t’aime” en blanco, bastante holgada para mí. Ella no pudo resistirse y se compró otra a juego.

- ¡Póntela!
- ¿Ahora?
- Sí, claro. Mira - dijo quitándose la sudadera – Yo me pongo también la mía.
- Pero yo llevo camisa. No puedo ponerme una camiseta encima de la camisa.
- Entonces, tira la camisa. ¡Es horrenda! Además, está arrugadísima.

No sé porqué cedí. Quizás porque no era una de mis camisas preferidas o porque no era una de las más caras. Tal vez porque ella se puso a saltar como una loca por la calle y a gritar “¡Quítatela!¡Quítatela!”. Puede que solo fuera por hacerla feliz. El caso es que terminé con aquella camiseta de turista y su enorme sonrisa clavada en las retinas.

- ¡Mira!

La torre Eiffel se alzaba, majestuosa, ante nosotros. No sé que tendrá pero, la veas las veces que la veas, siempre impresiona. Iluminada, en medio de toda aquella oscuridad era simplemente maravillosa.

- Es tan bonita…
- Me gustaría subir, que pena que está cerrado ya.
- El vuelo sale a las siete de la mañana.
- ¡Tengo una idea! Lo vi en una película. Dime una fecha, una del futuro, una muy lejana…
- No sé, un día como hoy, dentro de 3 años.
- Me parece bien. Pensaba en algo más lejano, pero me parece bien. Entonces, dentro de tres años, nos veremos aquí.
- ¿A qué hora?
- De noche, una hora antes del cierre. En lo alto de la torre Eiffel.
- ¿Y cómo sé que vendrás?
- ¿Cómo sabrás que no lo haré?

Nuestra siguiente parada fue el Sacre Coeur. Una buena caminata en la noche parisina es la forma más fácil de enamorarse de la ciudad y de caer rendido ante la compañía. En el momento que subí el último escalón, supe que estaba perdido. Ella debió de notarlo también porque, antes de que pudiera decir nada, me besó.

- Tengo veintitrés años. – Dijo al separarnos - Por si te preocupaba que fuera menor.
- ¿Qué hacías en Londres?
- Nada en particular. Voy de un lado a otro, volando…
- ¿Cómo te llamas?
- Eso te lo diré solo dentro de tres años.

El resto de la noche pasó fugazmente. Antes de que pudiera darme cuenta, habíamos recorrido medio París como dos amantes más. Era refrescante estar con ella, besarla, tocarla… No quería que aquella sensación terminara nunca. Sonreí al pensar que, por suerte, aún nos quedaba un vuelo más por coger.

- ¿Quieres que te acompañe al mostrador?
- No te preocupes, iré yo sola. Te veo en la puerta de embarque, ¿de acuerdo?
- Sí, vale. Compraré algo de desayunar.
- Croissants, por favor. Me encantan.
- Entonces compraré la bolsa más grande que haya.

Me dio un beso en los labios y se marchó. Yo me encaminé a la puerta de embarque, solo, echándola de menos. Es extraño como puedes llegar a encariñarte de una persona en tan pocas horas…

- Disculpe, señor, tiene que subir ya al avión.
- Estoy esperando a alguien. Tiene que coger también este vuelo.
- ¿Una chica joven con una camiseta como la suya?
- ¡Sí! ¿La ha visto?
- Hace unos minutos. Dejó esta nota para usted.

Una nota no era buena señal. La cogí a mi pesar y la leí con tristeza.

“Cambio de planes, hoy vuelo en otra dirección. Nos vemos dentro de tres años. No lo olvides. ¡Bon voyage! Pd. Tira todas tus camisas. Estás mucho mejor en camiseta.”


Llegué a Munich a la hora prevista. Las personas con las que me iba a reunir me miraron extrañadas nada más verme.

- Perdí el vuelo y tuve que pasar la noche en el aeropuerto – me excusé – No tenía más camisas disponibles.

Afortunadamente, la reunión fue un éxito. Cerramos el trato y mi jefe me felicitó por mi intervención. Al parecer, a los alemanes les fascinó mi seguridad en mí mismo. Ella les hubiese resultado asombrosa, pensé.

Tres años más tarde estoy aquí, en lo alto de la torre Eiffel. No sé si ella vendrá o no. Queda una hora para el cierre y estoy nervioso. Me siento un idiota por haber venido. No es el comportamiento propio de un adulto. ¿Una película? Soy un importante ejecutivo, por favor. No, no es razonable. No tiene lógica. No fue real. Eso es: no fue real. Debí soñarlo. Ella era imposible, inalcanzable. Todo fue un sueño. Un dulce y hermoso sueño.

- Me llamo Sofía.

Y en ese segundo exacto, todo lo demás deja de importar.