La máquina de capturar momentos

La cámara de Carlos tiene un secreto. Por fuera parece una cámara normal pero, en realidad, es una máquina de capturar momentos.

Solo Carlos conoce el secreto de su cámara, por eso recorre la ciudad con ella en la mano en busca de algún instante que merezca la pena conservar y, cuando tiene suerte y atrapa alguno, Carlos sonríe divertido: cada momento capturado es un sitio al que podrá volver cuando desee.

La cámara de Carlos conserva sonrisas, hechos insólitos, momentos felices… pero también guarda las lágrimas, la tristeza y las despedidas. A veces Carlos regresa allí para echar de menos o estar a solas un ratito. A veces vuelve a sus momentos más alegres para sentirse bien y relajarse. A Carlos le gusta su cámara precisamente por eso, porque le permite recordar lo bueno pero, a la vez, no olvidar lo malo.

¡Clic! La cámara de Carlos captura un nuevo instante. Es una sonrisa, unos ojos esquivos, un rostro desconocido…

- ¡Oye! Si tú, el de la cámara… ¿me acabas de hacer una foto?

Esto no se lo esperaba Carlos. Ni la cámara. Ni la anciana que cruza el paso de peatones y que contempla la escena atónita (y ansiosa de cotilleos). Nadie esperaba que un instante se fuese a rebelar. Nadie.

Por eso Carlos no sabe que decir. Y calla.

Es una chica muy guapa. De hecho, es preciosa. Es el tipo de chica de la que podría enamorarse en un parpadeo. Y ya ha parpadeado unas cuantas veces.

- Enséñamela. La foto.

Carlos alarga la mano y deja que la chica coja la cámara. Está nervioso. Ni siquiera se ha percatado de que su cámara tiene un secreto. Esa chica no va a poder ver ninguna foto. Solo va a ver un instante: el suyo.

- Está en blanco.
- En realidad no lo está.

Ya está. Ha hablado. No ha dicho nada, pero lo ha dicho todo. ¿Y ahora qué? Ya no hay marcha atrás, ya no hay salida. Los ojos de la chica buscan una respuesta y es del tipo de mirada que no se rinde fácilmente.

- Los instantes son fogonazos, milésimas de segundo. Por eso parece que están en blanco pero, en realidad, no lo están.
- ¿Un instante? ¿Eso es lo que has fotografiado?
- Si. El instante en que nos hemos cruzado.
- Y, ¿para qué?


Es el final. La espalda de Carlos choca contra una pared de miedos. Frente a él, cual espada, unos ojos que se abren de par en par buscando una explicación. Y una sola salida: la verdad. Carlos tiembla indeciso. Entonces piensa que quizás ya ha parpadeado demasiado y, en realidad, no tiene salvación. Se lanza de cabeza, preparado para la peor de las respuestas.

- He pensado que, quizás, algún día podría regresar a este instante y atreverme a decirte algo.

Los oídos de Carlos no oyen nada. No hay gritos, no hay insultos. No sabe que esperar pero decide abrir los ojos.

Y allí está, blanca, radiante, triunfal… la sonrisa más maravillosa que ha contemplado en su vida.

¡Clic!