CouchSurfing

Yo soy una miedosa de mentirijilla. A mí me dan miedo muchas cosas, de hecho, me da miedo casi todo menos lo que debería de darme miedo. A mí no me dan miedo las personas, a mí me doy miedo yo misma, las circustancias, el pasado, el futuro, las casualidades...

Existe una página web para gente como yo, que no teme a las personas. Algunos habréis oído hablar de ella, otros la conoceréis ahora por primera vez y muchos no la llegaréis a conocer nunca. Es lo maravilloso de la red: está al alcance de todos y, a la vez, tiene lugares diseñados solo para unos pocos.

Conocí el proyecto Couchsurfing en verano de 2004, cuando una amiga y yo decidimos embarcarnos en la aventura de recorrer italia en un mes con presupuesto mínimo. Teníamos un billete de ida y vuelta a Malpensa y una habitación en una casa okupa de Milán para dos noches. El resto, la buena voluntad de los italianos y muchas ganas de aventura.

La idea de Couchsurfing es sencilla: localizar a una persona dispuesta a alojarte en su casa o, simplemente, que quiera reunirse contigo para tomar un café. Se trata de conocer a alguien en el lugar de destino, un guía, alguien que pueda contarte lo que no se ve a simple vista de las ciudades. Para garantizar la seguridad, existe un sistema de comentarios y puntuaciones que puede ser consultado por todos los usuarios... pero todo eso viene explicado en la página. Yo quiero contar lo que no se puede ver en las instrucciones, lo que solo se puede sentir.

Nuestro primer destino era Venecia. Allí habíamos quedado con Gloria, una coreana enamorada de un italiano que vivía en Mestre. Nuestra primera sorpresa fue descubrir que, además de nosotras dos, en la casa había una china y dos rusas. Nosotras ocupábamos el lugar de dos alemanas que acababan de marcharse. Gloria estaba aprovechando el tiempo libre que tenía para alojar a couchsurfers de todo el mundo.

Estuvimos tres días allí. Solo necesité uno para comprender la magia de Couchsurfing.

No se trata de tener casa gratis, de ahorrarte el hotel o de tener un guía particular. Es conocer a personas de otros países, con otra forma de pensar, de ser... Es confiar en los demás y saber que los demás confían en ti. Es compartir, ayudar, escuchar, reír, divertirse... Es conocer los lugares desde otro punto de vista, con otra mentalidad. Couchsurfing es no tener miedo, es arriesgar.

Vinieron muchos destinos después de aquel. Pasamos una semana en Loro Ciuffena, un pequeño pueblo de la Toscana donde conocimos a Ale y sus amigos. Luego estuvimos en Sestri Levante, donde nos alojó una pareja de jubilados de lo más amable (nunca olvidaré el pesto casero que preparaban para nosotras). Allí quedamos con más gente. Para dar un paseo, para visitar otros pueblos de la costa genovesa, para tomar un café...

Aquella experiencia cambió mi forma de pensar. Si unos desconocidos eran capaces de cohabitar en compañía durante unos días, si podías confiar en una persona a la que jamás habías visto, si podías sentirte tan cómoda en un país que no era el tuyo... ¿qué estaba mal en el mundo? ¿a qué venía tanta desconfianza?

Luego vinieron muchas más. Estuve en Lisboa, en Faro, en Atenas... y cada experiencia fue igual de satisfactoria que las anteriores. No me arrepiento ni un solo instante de haber conocido a todas esas personas, a gente de distintas nacionalidades, con distintas creencias, de diferente raza... pero con algo en común: la ilusión, la fe en el ser humano, las ganas de descubrir lo que el mundo tiene para ofrecérles.

Sé que muchos me tacharán de loca. Lo ví en otras miradas cuando alojé a dos chicos Noruegos que pasaron dos días en Madrid. O cuando estuvo Megas, de Grecia. Me miran raro ahora, cuando digo que voy a tener en Agosto a una chica israelí aquí cuatro días o en Octubre, que viene una pareja de americanos. No lo entienden. No puedo hacer que lo comprendan. Hay cosas que solo se pueden vivir.