Magia



Si hubiese sido capaz de sentir alguna emoción, desde luego se habría decantado por el miedo. La habitación resultaba tenebrosa. Era un lugar decorado para atemorizar a los visitantes, de eso no había duda. Cada objeto debía haber sido elegido cuidadosamente: desde la diminuta y antigua calavera que descansaba junto al intercomunicador hasta el esqueleto alienígena enmarcado sobre la cabina transportadora. Las paredes metálicas habían sido recubiertas de fotografías y hologramas que reflejaban la historia de la magia, desde los aborígenes y sus primitivos rituales hasta las danzas digitales actuales. Era como dar un paseo por el tiempo sin utilizar ninguna máquina. Espeluznante.

- Puede pasar. Balthazar le está esperando.

La voz electrónica del asistente doméstico resultaba cómica en aquella sala. Era de otra época, completamente desubicada. Un asistente virtual de los últimos que había comercializado CiberCo hubiera resultado mucho más apropiado, sin embargo, no descartó que Balthazar hubiese elegido aquel primitivo asistente robótico para suavizar la carga espiritual del ambiente. Aquello no dejaba de ser un negocio.

El despacho, por llamarlo de alguna manera, de Balthazar parecía haber sido rescatado de una de aquellas arcaicas reconstrucciones que los museos albergaban sobre el modo de vida del siglo XX. Escritorio de caoba, perchero de cobre y un confortable sillón de cuero presidían la estancia. Una lámpara antigua con una bombilla de 60 w captó su atención, dejándole absolutamente perplejo.

- Creí que solo quedaban algunos ejemplares en los museos. Me asombra que aún funcione.
- Crees bien. Como verás, repudio absolutamente la tecnología. No es nada personal.
- Entiendo… Verá señor Tanglieti…
- Balthazar, por favor.
- Está bien, Balthazar… supongo que querrá saber qué hago aquí.
- En realidad no. Lo sé todo sobre ti, William. Lo cierto es que lo sé prácticamente todo sobre todo el mundo. Resulta abrumador.
- Cierto, algo había oído sobre su… don.
- ¡Qué escépticos son ustedes, los pro-ciencia! Si no fuera porque han inventado esa máquina que lee mentes, estaría encerrado desde hace mucho tiempo. Por fortuna, hace años que se demostró que era posible hacer lo que yo hago con cierta ayuda.

La simple mención de la ReaderMind hizo a William arrepentirse de no haber llevado una consigo a la consulta. Era un aparato realmente útil frente a individuos como Balthazar, místicos y comedidos. Hubiese resultado mucho más sencillo hablar con él contando con cierta ventaja.

- Vayamos al grano, William. Aún no sé lo que piensas tú sobre todo esto. Solo he “escuchado” algún pensamiento disperso sobre tu persona. Tengo entendido que quieres algo demasiado especial.
- Está en lo cierto. Veo que ha hecho bien su trabajo.
- No tan bien como piensas, William. Si te soy sincero, es la primera vez en toda mi vida que alguien como tú me pide algo como esto. Me temo que no me va a resultar posible ayudarte.
- ¿Puedo conocer el motivo?
- Verás William, por mucho que pueda parecer lo contrario, soy un ciudadano honrado y temeroso de la justicia. Practicar magia ante un robot no está muy bien visto legalmente.
- Ah, eso… Creí que podría hacer una excepción, dado lo particular del asunto.
- Ya, es cierto. Se me olvidaba que eres medio humano.
- No soy medio humano: soy humano. Mi cerebro murió, pero mi cuerpo no. Fui un experimento, un prototipo. Salvaron mi vida artificialmente. Estoy fuera de la ley porque soy único en mi especie. Las leyes existentes no contemplan mi caso.
- Es una historia impresionante, sin duda. Escuché mucho sobre ti en su momento. Algo fuera de lo común. Realmente fascinante.
- Ayúdame, Balthazar. Mi naturaleza es escéptica y, sin embargo, aquí me tienes… suplicándote. Es evidente que estoy desesperado.
- No crees en la magia pero sí crees que la magia pueda devolverte tu alma, ¿me equivoco?

Estaba en lo cierto. Las emociones humanas habían desaparecido con su cerebro. Su nueva vida, por llamarla de alguna manera, estaba vacía. Era incapaz de sentir. Había software preparado para emular emociones humanas, periféricos que podían recoger sensaciones como el tacto o el gusto. La ciencia había avanzado hasta el punto de ser capaz de dotar a cualquier robot de esencia humana… pero eso no les convertía en humanos. William no quería sentimientos artificiales que un programador coreano hubiese diseñado en masa. William quería recuperar esa sensación que recordaba con tanta claridad… la sensación de ser humano. Él no había elegido tener aquella segunda oportunidad pero, ahora que la tenía, al menos quería elegir como iban a ser las cosas para él.

- El alma carece de explicación científica, William. Es algo que se nos otorga al nacer y se nos arrebata cuando fallecemos. El alma no nos pertenece, solo nos es prestada durante un periodo limitado de tiempo. Ese alma que me pides que recupere para ti ya no es tuya. No puedo crear un alma de la nada. Ningún mago podría hacerlo y, si ahora te prometiese algo así, te estaría engañando. Cobro mucho dinero por cada minuto que pasas aquí sentado así que seré claro: no voy a devolverte tu alma … pero sí voy a ayudarte.

Balthazar se encaminó hacia la estantería que recubría la pared de la habitación y, con aire misterioso, acarició el lomo de uno de los libros que allí descansaba. Un primitivo mecanismo de poleas abrió una puerta secreta, oculta en el otro extremo de la sala. Resultaba ligeramente ridículo ver aquella parafernalia tan obsoleta, como si realmente te tratase de algo innovador. Las cámaras secretas actuales ubicadas en espacios atemporales a los que solo se podía acceder mediante teletransporte ligado al código genético eran mucho más eficaces, sin embargo, era incapaz de imaginar a Balthazar utilizando una tecnología tan avanzada.

- Túmbate ahí y cierra los ojos. No los abras pase lo que pase, ¿de acuerdo?

William se tumbó en un desvencijado sofá de muelles, algo que merecía estar en un museo y no allí, en aquella habitación minúscula y mal distribuida. Las estanterías que recubrían las paredes estaban repletas de frascos y cajas con etiquetas tan dispares como “ojos de sapo” o “sangre de serpiente”. Allí había partes y secreciones de miles de especies de animales, la mayoría extinguidas desde hacía siglos. Decidió que cerrar los ojos era, sin duda, la mejor idea que Balthazar había tenido y le obedeció de inmediato tras asentir con la cabeza.

- Pertenezco a una familia de magos que ha visto como la ciencia se adentraba en nuestro terreno peligrosamente. Todos en mi familia tenemos el don, William… y no te hablo de leer mentes. Tenemos el don de hacer cosas extraordinarias, cosas que no existen en el mundo real y que vosotros solo podríais soñar. Durante siglos se nos ha perseguido, acusándonos de brujería y malas artes.

El discurso de Balthazar iba aumentando de volumen tras cada palabra. William estaba encogido en el viejo sofá, luchando con todas sus fuerzas por mantener los ojos completamente cerrados. Los pasos del mago se podían oír por toda la habitación, moviéndose frenéticamente, preparando algo. William imaginó que se trataría de algún compuesto elaborado con todos aquellos ingredientes estrambóticos.

- Estabais tan equivocados… tan ciegos… Nadie se percató de que el verdadero mal lo fabricabais vosotros, con vuestras máquinas y vuestros programas informáticos. Habéis jugado a ser dioses y ahora sufrís las consecuencias. Vivimos en un mundo que ha sido capaz de crear vidas sin alma, emociones prefabricadas, viajes en el espacio tiempo… ¿y todo para qué? Para tratar de hacer aquello por lo que nos perseguisteis: magia.

Estaba realmente enfadado. William entendía, en parte, su queja. La magia no estaba bien vista en la sociedad actual y, por lo que había podido leer en libros antiguos, tampoco en el pasado fue bien acogida. Balthazar provenía de una familia de brujos reconocidos, respetados y, también, repudiados. La voz de Balthazar se iba acercando cada vez más y más a William hasta el punto de estar prácticamente en su oído.

- Es tan hipócrita por vuestra parte… creáis las mismas cosas que luego prohibís hacer. ¿De qué sirve una máquina para viajar por el espacio tiempo si está prohibido hacerlo? ¡Es absurdo! Por eso sigo haciendo lo que hago, por eso soporto estoicamente vuestras persecuciones, vuestro egoísmo… para conservar la coherencia y salvaros de vosotros mismos.

Su voz comenzó a suavizarse, a convertirse prácticamente en un susurro que se colaba en su mente persuasivamente. Era casi adormecedor escucharle, pese a poder percibir claramente el enfado en sus palabras. La mano de Balthazar comenzó a deslizarse por su cuerpo, extendiendo una sustancia viscosa por su piel. Luego sintió un pinchazo muy ligero en el cuello. Intento protestar, pero su garganta no emitió sonido alguno.

- Te voy a salvar, William. Ya te lo dije, no puedo devolverte tu alma… pero si puedo devolverte el final que debiste tener. Esta vida tuya es un desafío a la naturaleza, es una locura. Ni la magia puede entenderlo. No sentirás nada, de eso puedes estar seguro.